domingo, 9 de agosto de 2009

(¿qué viene después del fin?)

Cuando el Hombre estrechó su siniesta con el enemigo vestido de cordero, su traje comenzó a incendiarse. El cielo tomó un color celeste ficticio, inundado por el humo tóxico y gris de las fábricas, que ahora cobraban vida, masticándose a la tonta raza de trabajadores.
La guerra de entonces, no era guerra. No había dos bandos, si no un grupo selecto de cabezas diabólicas que aniquilaban al resto con excesiva codicia.
La cotidianidad estaba compuesta por suburbios subterráneos semenjantes al infierno. Una habitación 101 constante. Y después de eso... arriba de eso, sólo los árboles intentaban respirar.
La sangre adherida a las calles se secó dejando en claro el vasto error de una civilización perdida.
Cuando el Hombre estrechó su siniestra con el enemigo vestido de cordero, en ese mismo instante, se dio cuenta del irreversible descuido cometido; pero ya era tarde para arrepentimientos, porque había enviado su mundo a la boca del ángel caído.

3 comentarios:

Mariana dijo...

Hay un cierto punto en donde las cosas dejan de ser reversibles. Es un límite que advierte que no estás escribiendo más en hojas borrador.

talita dijo...

Irreversible.

Abuela Rocker dijo...

Me hace acordar a una mezcla entre 1984, Brave New World y Farenheit 451