La mente fue rodando por el piso, esquivando los baches y las grietas del asfalto rugoso... Cuando el hombre chocó con ella, la tomó delicadamente como quien tiene huesos de cristal. Ella era carnal, color de amanecer. Era bien pesada, por ende el hombre se dijo a sí mismo que tenía en sus manos, un objeto lleno de intrigas. A él no le importó que sean buenas o malas. Sólo pensó que era hora de encontrar a su dueño; Devolvérsela.
Mientras el día se iba a su hogar, y las gotitas restantes de las nubes caían en la ciudad, el hombre en cuestión fue deshojando las historias de ella. Por un momento hasta se la quiso apropiar de tan cautivadora que resultaba ser. Siguió su búsqueda, con recelo y con aire afortunado. Miraba, miraba, uno por uno, una por una, miraba miraba. Nadie parecía estar buscando lo que se tenía entre los brazos. Piedra por piedra, canto por canto. Nada.
Antes de que la desilusión aumentara su poderío, sobré él, sobre los árboles, sobre los charcos y las hojas de otoño, sobre el silencio seminocturno, en una terraza, una mujer vestida con el color del atardecer estaba parada huyendo del viento a punto de soltarse sin hilos.
Las piernas del hombre, corrieron sin indicaciones. Y antes de que la mujer perdiera la cabeza, le dio la mente, segundos antes de que intentara tirarse por un quinto piso. Horas antes de que la mujer luego le contara, que lo estaba esperando.
Al fin y al cabo, la mujer lo había planeado, y el hombre en su fondo lo sabía. Al fin y al cabo es otro cuentito de amor.
2 comentarios:
estos últimos dos textos salieron de vos?
sos una genia.
Che, qué lindo cuento.
eh, aaaaaaaaaaaah, holaaaaaaaaaaaaa
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